sábado, 8 de diciembre de 2007

SOLEDAD TECNOLÓGICA

Corrió al baño a mirarse y tuvo miedo de encontrar lo mismo que ya había visto la otra vez: ese laberinto interminable, una expresión inerte en medio de una luz tenue. Tomó un ecosonda que tenía a mano, que ni sabía para qué lo tenía, y apuntó al espejo con temor de verificar lo sospechado. Se escucharon algunos beeps desafinados por la escasez de batería y apenas si pudo leer "Max depth exceeded" en el display del aparato.

Llamó a su propio número pero obvio, no pudo atender. Despegó los labios con dificultad y escuchó nuevamente un silencio insípido. No dejó ningún mensaje. Intentó encontrarse a sí mismo en el chat pero ya no recordaba su clave de ingreso. Igual, no se hubiese encontrado en su lista de contactos activos, ese día había estado ausente todo el día.

No se equivocaba tanto desde la última que vez que te había visto; la última vez que habías llegado para convertirlo en una caverna hostil y llevarte casi todos los latidos que le quedaban. Por supuesto que hubieses sido menos cruel si te los hubieras llevado todos: pero nunca lo harías, no competirías con quien sabes que no debes meterte. Dejaste la cantidad justa y necesaria para que pudiera ver conscientemente lo que en ese exacto momento debía ver.

Pero si ya te he dicho que ni recuerda tus ojos y le sigues doliendo. "¡No regreses nunca más por favor!" gritó desgarradoramente y el eco de su grito recorrió el río corriente abajo y corriente arriba. Te lo dijo cada vez que llegaste y te lloró cada vez que te fuiste. Te insultó tan salvajemente como aquella vez ella lo había insultado a él. "Mira que he conocido minas histéricas pero como tú…ninguna", balbuceó. La otra vez llegaste cuando menos te deseaba. Había fiesta en la cocina y te apareciste por debajo de la puerta, por donde sólo podrían pasar cuentas y algunas postales navideñas que seguramente serían para el inquilino anterior.

Lo sedujiste y capturaste y lo envolviste con tu aroma hasta dejarlo cautivo otra vez de tu traicionera y ausente presencia. Quiso que te quedaras con él, pero esta vez hasta que las arrugas le taparan los ojos y el tiempo ya no fuera siquiera perceptible. Pero te volviste a alienar y le escupiste lo peor de ti (y de él) ante su mirada desesperada. ¿Qué podría haber hecho? ¿Echarte a patadas por las escaleras cual película predecible de domingo a la tarde? No, una vez más te escuchó hasta que terminaste de rasgar sus entrañas con esa calma insoportable, sintiendo que todo por adentro se despedazaba sin poder hacer nada. Pero él te escuchó, sí. Escuchó tus insultos y sintió tus caricias. ¿Cómo lograste que te odiara tanto y te necesite a la misma vez?
Buscó el diario de ayer ya que hoy…hoy ya no era hoy. Sólo quería silencio y paz que era lo único que podía tener pero una vez más te le volviste a aparecer: un humo gris y espeso entró por debajo de la puerta. Otra vez más y ya conocemos el resto. Llegas cuando menos te quiere y te vas cuando más te necesita. Así eres soledad maldita.

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